lunes, 15 de febrero de 2010

Mis amados muertos, mis muertos amados

¿Qué sería de mí sin mis amados muertos,  mis muertos amados? A los que he conocido y amado en vida y a los que no, pero que están ahí. Mis amados muertos, mis muertos amados, me recogen en sus brazos cuando al bajar de una escalera con unos libros en la mano me salto sin querer un peldaño y estoy a punto de caerme de espaldas. Me sujetan con fuerza  cuando por la calle tropiezo o en casa resbalo para que después de la pirueta correspondiente no me caiga y me haga daño. Aceleran o retrasan mi paso para que no me  arrolle esa moto que sale de no se sabe dónde y no se me echa encima no por los pelos, sino por un solo pelo. Mis amados muertos, mis muertos amados, en sueños me aconsejan, me indican lo que puede o va a ocurrir, me avisan de la muerte de algún ser querido. Eso si sé (o mi inconsciente me permite) interpretar su lenguaje, que no es el mismo que el de los vivos, pero no es difícil cuando te acostumbras. Me consuelan cuando los vivos no pueden hacerlo, porque no saben, no conocen. En alguna ocasión uno, el que compartió conmigo su vida y mis inquietudes durante veintiséis años, se introduce furtivo en mi cama. Y aunque al alargar el brazo no encuentre más que vacío, percibo su presencia y soy feliz. Otro me da fuerzas cuando siento miedo al tener que realizar alguna tarea desconocida para mí y me anima a seguir adelante cuando mi ánimo está más bajo de lo que debería. Mis muertos amados, mis amados muertos, que me permiten visitarlos y disfrutar de la paz de la que ellos gozan, aunque sólo sea por unos instantes nocturnos, que  habitan en mi casa por lo demás vacía. Me acompañan e interrumpen mi soledad cuando se hacen notar con algún ruido inexplicable, una luz que se apaga sola, un aparato eléctrico que se pone en marcha estando en off, cuando noto que alguien se sienta a los pies de mi cama y enciendo la luz y no hay nadie. O no la enciendo porque ya sé que se trata de  alguno de mis muertos amados, de mis amados muertos, que vela por mí. ¿Qué sería de mí sin mis amados muertos, mis muertos amados?

3 comentarios:

  1. Entiendo lo que quieres decir,
    yo también lo percibo de este modo,
    tan vez sea fantasía
    o la imaginación desbordada,
    sin embargo,
    haber los, hay los

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  2. La ausencia
    como presencia en el recuerdo
    convierte a los seres amados
    que han dejado su cuerpo
    en vivos...
    la única imaginación es la muerte
    que no existe
    la realidad es seguir sintiendo lo mismo
    aceptando el supuesto vacío que, a ratos,
    escuece

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  3. Mi tía paterna algunas noches salía a pasear por el pasillo de nuestra casa con su esposo difunto. Para nosotros, los niños, era un paseo mágico, pero cordial, ante el asombro de los adultos.

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